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VERSIÓN EN CASTELLANO

 

 

Recopilación

Mª Jesús Ramos

 

 

 

Santa María la Nueva

 

 


 

"... salieron volando"

 

 

EL MOTÍN DE LA TRUCHA


 

Está atestiguado que en el año 1158 la relación entre nobles y plebeyos no era muy buena; los privilegios de los nobles y sus desmanes eran realmente abusivos y reinaba cierto hartazgo entre el pueblo.

 

Uno de estos privilegios era el poder elegir y comprar en el mercado antes que los plebeyos, los cuales harían sus compras a partir de las diez de la mañana.

 

Sucedió que un día un joven, Pedro el Pellitero, hijo de un valorado y conocido artesano de Balborraz vio una hermosa trucha sanabresa y se dispuso a comprarla, pero en ese preciso instante un criado de don Gómez Álvarez de Vizcaya se apoderó de la trucha. El pescadero y el joven intentaron por todos los medios convencer al criado de que no podía llevarla puesto que la hora destinada a los nobles ya había pasado, sin embargo no lo lograron, además el criado al reconocer a Pedro, sabiendo que andaba enamorado de la hija de su amo se burló de él y, en un momento de furia, Pedro apuñaló al criado que murió, por lo que el Pellitero fue encarcelado.

 

Don Gómez pidió justicia por este hecho y al día siguiente los nobles se reunieron en la iglesia de San Román. En la asamblea se habló de dar un castigo ejemplar y poner la cabeza del asesino en lo alto de una pica y pasearla por las calles. El rumor de lo que se pensaba hacer se extendió por la ciudad; la plebe estaba alterada y Benito, el Pellitero, al saber que su hijo estaba condenado a muerte acudió junto a la multitud a la iglesia. En poco tiempo, ésta fue rodeada por el pueblo que, enardecido, acudió a la plaza de la Leña y acumulando montones de brezo y encina prendieron fuego a la iglesia. Ni un solo noble consiguió salvarse y la iglesia quedó convertida en una ruina. Pero en medio de todo ocurrió el milagro y fue que de entre las llamas y el humo salieron volando las sagradas formas que abrieron un hueco en el suelo y se fueron a refugiar a la capilla de las Dueñas. Estas damas, dedicadas a la oración, vivían en una casa lindante a la iglesia, en su mayoría eran viudas de caballeros muertos en las guerras o en las cruzadas.

 

Junto a la iglesia ardieron las casas y palacios de los nobles y la ciudad quedó sumida en la destrucción.

 

Benito, el Pellitero, pensó que los nobles se vengarían por lo sucedido, así pues habló con la gente y decidieron dejar las casas con los enseres que no se pudieran llevar e ir a refugiarse al llano pasadas las peñas de Sancti Spititus, para dirigirse a las tierras portuguesas. Una vez instalados en la frontera se reunieron de nuevo y tomaron la decisión de mandar una comisión para pedir perdón al rey en León, en caso de negárselo cruzarían la frontera.
 

El rey recibió muchas presiones por parte de los nobles, en especial de Ponce de Cabrera cuyo hijo había perecido en el incendio; sin embargo el monarca los perdonó y volvieron a la ciudad con la condición de que reedificasen la iglesia y, además, acudieran a ver al papa Alejandro III para que les impusiese penitencia. Así sucedió, y se comenzó la nueva iglesia sobre las ruinas de San Román, la dedicaron a la Virgen por lo que la gente del pueblo la llamó Santa María la Nueva. La bula del papa llegó, este imponía al pueblo realizar el altar mayor en plata y piedras preciosas. Un siglo después un prestigioso orfebre realizó una espléndida obra que fue primero pináculo del altar mayor de San Salvador y más tarde custodia procesional del Corpus.

 

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"y debajo...

 la cabeza de piedra"

 

 

LA CABEZA DE PIEDRA


 

Se cuenta que en el año 1173 vivía en Zamora un joven llamado don Diego de Alvarado, de la casa de los Condes de Fuentes. Este joven sin fortuna con fama de mujeriego, jugador y pendenciero se enamoró de una jovencísima Inés de Mansilla, de la que era correspondido; sin embargo la ausencia de fortuna de don Diego hacía imposible la relación.

 

Por ese tiempo se seguía con la construcción de la iglesia de San Salvador, que sería catedral. Estas obras habían comenzado en el año 1126 después de que el Infante don Enrique fuera armado caballero; a la ceremonia asistió Alfonso VII y por las características de la iglesia quedó muy deslucida, así que el Rey encargó construir una nueva catedral. Don Diego de Alvarado visitaba con asiduidad las obras y en cierta ocasión estuvo presente cuando los soldados del obispo metían en el claustro unas cajas enviadas por el Rey y doña Sancha. Todos pudieron ver el contenido: sacos de monedas y joyas que ayudarían a la finalización de las obras.

 

Don Diego anduvo durante días maquinando cómo conseguir el contenido de las cajas, con el que saldría de la pobreza y le permitiría casarse con doña Inés. Un día entró en la catedral y se escondió hasta que llegó la noche, una vez que se apoderó del contenido de las cajas, se dirigió a la puerta meridional, llamada del Obispo, e intentó salir por una ventana que estaba sin rematar. Una vez que introdujo la cabeza no pudo seguir porque el hueco se fue estrechando en torno a él y fue tal la opresión que el cuerpo cayó al suelo y la cabeza quedó asomando por la ventana.

 

A la mañana siguiente toda la ciudad se hizo eco del suceso. La fachada quedó sin terminar ya que los obreros se negaban a trabajar en ella. Por orden del obispo, la cabeza permaneció allí durante días para que sirviera de lección y escarmiento, pero en ese tiempo se fue endureciendo hasta convertirse en piedra.

 

Así es como en la puerta meridional se aprecian dos grandes columnas estriadas a cuyos lados se encuentran a la izquierda San Pedro y San Pablo y a la derecha la Virgen con el Niño flanqueados por ángeles, con arcos ricamente decorados y debajo... la cabeza petrificada.

 

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LA CRUZ DE CARNE

 

 

Antes del siglo XIV ya estaban en Zamora en un pequeño convento los monjes de San Benito; sin embargo debido a las nuevas fundaciones se trasladaron en torno al año 1390 a un nuevo convento: San Miguel intramuros.
 

Poco antes de esto sucedió que Alfonso XI luchaba en Algeciras con la participación de numerosos zamoranos, y allí se tuvieron que enfrentar con el peor enemigo que fue la peste. Muchos zamoranos se contagiaron y un tiempo después en la ciudad había centenares de cadáveres por las calles, los cementerios no tenían la capacidad suficiente para soportar el número tan elevado y la población estaba sumida en la desesperanza.
 

En el convento de San Miguel intramuros había un monje, viejecito y simpático, el monje Ruperto, al que todos tenían por santo que rezaba con especial devoción para que ese castigo divino terminara. Todos los días paseaba por la huerta rezando sus oraciones; en cierta ocasión pedía a Dios con especial fervor al lado de un olivo, entonces vio cómo de entre las ramas salía una intensísima luz y, en el centro, apareció un ángel; este le ofreció una cruz diciéndole que era la señal de la salvación y que, mientras se conservara la Cruz y su devoción, nada malo le pasaría ni a la ciudad ni a la comarca. Todos se enteraron del prodigio y esa misma tarde salió una espléndida procesión de la iglesia de San Miguel.

 

 Al paso de la Cruz los apestados se curaban repentinamente, así fue como la epidemia desapareció de Zamora.
 

En algunas ocasiones se ha querido trasladar la cruz de la ciudad, pero no se ha conseguido. Una de ellas sucedió en torno a 1588, año en que debido a su mal estado se derribó la iglesia de San Miguel, lugar en el que se guardaba la reliquia. Con ese motivo los monjes pensaron que estaría mejor en la espléndida iglesia de San Benito el Real de Valladolid. Cuando la noticia se propagó, el pueblo, muy alborotado, pidió al ayuntamiento que no permitiera la salida de la Cruz. Los ánimos estaban tan exaltados que se convino llevar la reliquia a Valladolid clandestinamente. Una noche un monje, con la reliquia guardada en una bolsa se encaminó a la ciudad por la puerta nueva de San Juan, pensaba irse por la calle de la Reina, hacia Zambranos, donde le esperaba una mula, pero cuando quiso emprender el camino se dio cuenta de que la bolsa estaba vacía. Volvió sobre sus pasos pensando que la habría perdido, pero no la encontró; al llegar otra vez a la puerta de San Juan vio un pequeño hueco abierto en la muralla que se cerraba cuando él pasó. Cuando llegó al monasterio y contó lo que había sucedido, acompañó al abad al lugar donde se guardaba y allí estaba la reliquia. No se volvió a insistir en el traslado y se ordenó grabar una cruz en la muralla en recuerdo del hecho ocurrido.
 

También se cuenta otro hecho importante y fue que en 1607 el abad de San Benito organizó una fiesta en la que se sacaría la Cruz de su primer engaste y se mostraría al pueblo para que todos pudieran ver el prodigio. Entre los devotos había un clérigo que no creía en la autenticidad de la reliquia y cuando le llegó el turno de adorar la Cruz, le clavó un alfiler que llevaba preparado, súbitamente salió un chorro de sangre hacia los ojos que lo dejó ciego. Así fue como el pueblo devoto sigue lleno de fe y devoción hacia la Cruz de carne.

Por fin en
1935 la reliquia se llevó a la catedral, lugar en el que los zamoranos la pueden visitar dos veces al año.

 

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LOS CUERPOS SANTOS

 

 

Cuenta la historia que a un pastor toledano muy devoto, estando un día haciendo sus oraciones, se le apareció un viejecito que se identificó como Ildefonso, arzobispo de Toledo, este le dijo que lo siguiera. El pastor como en un ligero sueño recorrió caminos junto al anciano hasta llegar a una ciudad con grandes murallas. Una vez allí se dirigieron a una iglesia y estando en el altar mayor le dijo que su cuerpo yacía en ese lugar junto al de Atilano, así que tenía que lograr que todos lo supieran. El pastor despertó y emprendió el camino, durante el viaje todo le parecía conocido y una vez llegado a la ciudad que se llamaba Zamora, fue a ver al presbítero de la iglesia y le contó el motivo de su visita. El sacerdote reunió a todo el clero de la parroquia y después de interrogar al pastor y debatir su historia, la mayoría votó que no había que hacer caso, por lo que se despidió al pastor sin más ni más. El viejo pastor volvió a su tierra toledana repitiendo que era verdad lo que contaba.

 

Esta historia se repite hacia 1260 cuando gobierna la diócesis de Zamora don Suero Pérez de Velasco. Una tarde un pastor de Jambrina, localidad cercana a Zamora, estando con su rebaño se durmió y en sueños se le apareció la Virgen de Bamba, en cuyas tierras se encontraba. La virgen le comunicó que debía ir a la iglesia de San Pedro y decir que junto al altar se encontraba el cuerpo de Ildefonso arzobispo de Toledo. Cuando el párroco oyó el relato quedó sorprendido ya que el recuerdo del viejo pastor no estaba olvidado del todo. El párroco fue a visitar al obispo y se lo contó. Este tuvo en cuenta la historia y como tenía intención de hacer unas obras en el templo, se realizaron las excavaciones pertinentes y efectivamente se encontró una sepultura dentro de la cual había una caja, en la que estaba grabado: "hic jacet corpus Beati Ildephonsi" y al lado apareció otra similar con los restos de Atilano. En el hoyo donde se encontraban los cuerpos se puso una reja de hierro y desde entonces se llama el pozo de San Ildefonso.

 

En el año 1777 el arcipreste de San Pedro, don Diego de Arias, costeó de su bolsillo una pirámide que señalaba el lugar exacto del hallazgo y en ella la inscripción con la historia del santo. Y esta viene a decir que los clérigos de Toledo ante la llegada inminente de los árabes, decidieron llevar a Galicia los restos del queridísimo arzobispo Ildefonso, para así preservarlo de la posible profanación.

 

El camino a Santiago de Compostela era duro y largo por lo que al llegar a una ciudad tranquila, apacible y amurallada como Zamora, decidieron depositar los restos en la principal iglesia de la ciudad, que era visigótica y que se llamaba Santa Leocadia. Cuando cien años después Fernando I repobló la ciudad, convirtió la pequeñísima iglesia en una romano bizantina que dedicó a San Pedro. Y en la época del obispo Meléndez Valdés, reformador y bienhechor de la catedral, se pasaron los restos de los santos a unas urnas de plata y se colocaron en el camarín alto del altar mayor.
 

Pero falta algo en la leyenda y es que los toledanos no estuvieron nunca contentos con que se guardaran los restos en Zamora, y en todo momento intentaron llevarlos a Toledo. Recurrieron a las más altas instancias, pero no consiguieron nada. En cierta ocasión, sin embargo, hubo un clérigo en Toledo que se comprometió a llevar los cuerpos. Una vez en Zamora se presentó al obispo y consiguió que lo nombrara sacristán de la parroquia de San Pedro.

 

Con motivo de una importante visita fue el encargado de recoger las llaves del obispo para la ceremonia del día siguiente; aprovechando la noche abrió una de las urnas y cogió la cabeza del santo. Inmediatamente emprendió el viaje a Toledo. Allí se celebró una magnífica y suntuosa ceremonia presidida por la cabeza en un túmulo cubierto de terciopelo rojo y hachones encendidos, los cantores entonando las letanías contestadas por la multitud, cuando en un momento de la ceremonia se realizó el prodigio y fue que la cabeza desde lo alto dijo con voz sonora: "No soy Ildefonso soy Atilano"; el clérigo en su precipitación abrió una urna por otra dejando en Zamora el cuerpo íntegro de San Ildefonso y llevando a Toledo la cabeza de San Atilano.

 

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ARIAS GONZALO

 

 

En el año 1494 la iglesia de San Martín de los Caballeros era la de mayor abolengo de Zamora. En ella descansaban los restos de Arias Gonzalo y de sus tres hijos, muertos hacia 1072 en el campo de la verdad para, lavar el honor de la ciudad frente a Diego Ordóñez.

 

En medio de la capilla se encontraba la tumba de Arias Gonzalo: sobre seis leones se alzaba un gran bloque rodeado de diez escudos todo ello de piedra, la figura yacente de Arias Gonzalo en tamaño natural con espada, y alrededor una inscripción donde se contaba de quién era la tumba. Se encontraba muy deteriorada debido a los acontecimientos ocurridos en 1465 con hombres de Enrique IV.
 

Lo que ocurrió fue que, en ese año de 1465, el rey se encontraba en Salamanca, intentando reorganizar sus tropas y su hija Juana la Beltraneja en Segovia. No mucho antes un grupo de nobles en Ávila lo habían ridiculizado haciendo un monigote y simulando su destitución. Esto no gustó nada al rey y mandó a Zamora a su hija para declararla allí su heredera. Aunque los zamoranos le habían sido leales, los hombres del rey se hicieron con la ciudad y profanaron las tumbas de sus antepasados más ilustres. Así fue cómo la tumba de Arias Gonzalo sufrió desperfectos.
 

Pues sucedió que un importante comerciante de la ciudad, Diego Alonso de Molina, pidió permiso al párroco de San Martín para construir un panteón familiar en una de las capillas de la iglesia, precisamente la de Arias Gonzalo. Esta construcción le fue permitida debido al estado ruinoso de la iglesia, que tenía graves problemas económicos; el vicario de la diócesis dio el permiso para el panteón a cambio de una renta anual.

 

Un día comenzaron a destruir los pocos sepulcros que quedaban; unos nobles que no se encontraban lejos de allí al darse cuenta de lo que pasaba, amenazaron a Diego Alonso; a este alboroto se unió gente importante de la zona que exigió una inmediata reunión del concejo, lo que llevó al inicio de un pleito contra el tejedor de paños. Este fue acusado de exhumar los restos de un hombre considerado un santo.
 

Y esto era así porque al morir Arias Gonzalo, hacia finales del s. XI, fue embalsamado y enterrado en la citada tumba junto a su espada, a la que se atribuían poderes mágicos. Desde su muerte muchos fueron los que acudían allí a pedir curación y parece ser que se cumplía. Ocurrió algo extraordinario y fue que con el destrozo de los hombres de Enrique IV en 1465, se había producido la rotura de la tapa del sepulcro; de la grieta salía un agradable aroma y allí fue a anidar un enjambre de abejas. Parece que los animales no se sentían molestos por las visitas, hasta los niños se atrevían a introducir sus manos por la grieta y coger la miel, sin que por ello fueran picados. Esto se supo pronto y cada vez eran más los que acudían cada día a rezar y a coger un poco de miel que curaría sus males.

 

Es por todo esto que las obras realizadas por Diego Alonso produjeron malestar en la ciudad. Más tarde el cuerpo de Arias Gonzalo sufrió graves desperfectos y fueron enterrados en el claustro de la catedral; pero en 1591 después de que allí se produjese un incendio, fueron trasladados a la nave norte de la catedral.

 

 

 

 

 

  EL LAGARTO DE LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS


 

Existen dos versiones sobre esta leyenda, una de ellas cuenta que hace ya muchos años en el bosque de Valorio ocurrió un hecho insólito. Cierto día en este lugar, que sirve de esparcimiento y descanso de los zamoranos, unos jóvenes estaban jugando y correteando junto al arroyo cuando fueron atacados por un enorme lagarto que surgió de él. Hubo mucho alboroto por el suceso y tanto fue el pánico por lo sucedido que numerosos zamoranos dejaron de ir a Valorio. No mucho tiempo después el animal atacó y mató a una mujer que fue a lavar al arroyo; después de esto nadie volvió al bosque. Se organizaron batidas pero no se logró cazar al animal.

 

Los zamoranos comenzaron a acudir a la ermita de la Virgen de los Remedios, que se encuentra muy cerca de Valorio, para pedir la protección de la Virgen. Con el tiempo se hizo más numerosa la visita de los fieles a la ermita; una tarde después de los rezos se tomó la determinación de salir a cazar al lagarto. Cuando llegaron al arroyo un enorme animal salió de él, pero lograron atraparlo con una red y darle muerte. El lagarto fue llevado en ofrenda a la Virgen de los Remedios para así agradecerle su protección.
 

La otra versión cuenta que en el s. XII cuando se estaba construyendo la ermita, sucedió que cada noche eran derribados los muros que se levantaban durante el día. Los obreros estaban extrañadísimos y no sabían qué o quién los derribaba cada noche; algunos pensaban que era el mismo demonio que no quería una ermita dedicada a la Virgen. Pasaron los días y se decidió que unos vecinos pasarían la noche allí saber qué sucedía; no muy entrada la noche se oyó un gran estruendo y de inmediato un enorme lagarto surgió de entre la vegetación.
 

Cuando al día siguiente la ciudad se enteró de lo sucedido, se organizó una batida para matar esa misma noche al lagarto y de esta manera, no sin mucho peligro, se dio muerte al lagarto, que fue disecado y puesto en la ermita una vez que estuvo terminada.

 

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LA FIESTA DEL RAYO

 

El 18 de junio se celebraba en Zamora la "fiesta del rayo", dedicada a la Virgen de la Majestad llamada también Virgen de la Calva, por la ancha frente de la imagen; está datada en torno al s. XIII y es considerada una imagen gótica de importancia y calidad.

 

Muchos eran los zamoranos que se reunían en torno a esta imagen para rezar el rosario y fue una costumbre que el cabildo instituyó en 1663 como práctica piadosa.
 

En el momento de la ocupación napoleónica en 1811, las tropas se encontraban por toda la ciudad, incluso en la catedral; pero el rezo de las oraciones y el rosario diario a la Virgen de la Calva continuaron. Una tarde de junio, cuando los zamoranos atiborraban la catedral pidiendo por la liberación de la ciudad, se desató una gran tormenta y un rayo cayó en la veleta de la torre, entrando en la catedral y destrozando todo lo que encontraba a su paso, sin embargo, milagrosamente ningún fiel sufrió daño.

 

Unos días después se reunió el cabildo catedralicio llegando al acuerdo de decir una misa en honor de la Virgen por impedir la tragedia, además se acordó que el día antes a mediodía tocaría la "bomba", la campana más importante de la catedral y en caso coincidir con la octava del Corpus, se trasladaría dicha fiesta al domingo siguiente y tocarían todas las campanas al toque de ánimas. Aunque esta fiesta fue muy popular, hace tiempo que no se celebra.

 

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