Comprender y saber comunicar son saberes prácticos. Hoy podemos comunicarnos no solo oralmente o por escrito, sino que las TIC han hecho accesible la comunicación gráfica, la comunicación en forma icónico-verbal, y en formatos multimedia,...  Sea cual sea el formato, necesitamos ciertos saberes prácticos que deben apoyarse en cierta reflexión sobre el funcionamiento del lenguaje y sus normas de uso. El buen lector y el buen comunicador interpretan y expresan diferentes tipos de discurso acordes a situaciones comunicativas diversas. Conocen ciertas estrategias necesarias para interactuar lingüísticamente de una manera adecuada. Además, tienen cierta capacidad de reflexión sobre diferentes contextos sociales y culturales, y aplican en la práctica determinadas reglas de funcionamiento de la lengua y de cada uno de los soportes.

Leer es construir con autonomía el sentido del mensaje que se necesita en un proyecto dado. Escribir y hablar comparten la necesidad de un mensaje que quiere transmitirse y, a ser posible, una finalidad y un destinatario lo más explícito posible.

Con frecuencia destacamos que la lengua oral es la gran olvidada de nuestro sistema educativo. En ciertas ocasiones, no se desarrolla una enseñanza explícita de las destrezas orales, como si la escuela sólo debiera enseñar a leer y escribir, pues parece entender que el alumnado "ya sabe hablar". Recordemos, por el contrario, que la comunicación oral es la básica socialmente. La mejor prueba la encontramos en el hecho de que todo el mundo habla, conversa y escucha, pero –lamentablemente- no todo el mundo escribe y lee. Merece la pena, por tanto, trabajar la comunicación oral.

La expresión oral integra tanto textos orales espontáneos como otros planificados. Básicamente, cabe destacar la capacidad de hablar en público (conferencia, discurso, exposición breve,…) y la de interactuar en una conversación más o menos formal (debate, tertulia, coloquio, conversación,…). Exponer y dialogar implican adaptar la comunicación al contexto y ser conscientes de los principales tipos de interacción verbal, para producir textos orales adecuados a cada situación de comunicación. Además, debemos tener en cuenta que, en nuestra época, la comunicación oral ya no siempre es presencial y en tiempo real,  pues lo oral está presente en las grabaciones sonoras, videoconferencias,  podcats, mensajes  multimedia,….

Cuando interactuamos en una conversación, debemos sucesivamente comprender y exponer mensajes orales, escuchar activamente y construir nuestro texto de acuerdo con lo precedente y con intención de influir en el curso de la conversación. Sabemos que una conversación oral no está regida por todas las formalidades del intercambio escrito, pero no se deja a la improvisación. En general, cuando iniciamos una conservación sabemos con qué intención lo hacemos, quiénes van a ser nuestros interlocutores, cuáles van a ser los temas básicos y el tono, lingüístico e interpersonal, de la interacción. Es más, en una conversación puede diferenciarse una apertura, una orientación temática, un desarrollo, un cierre y una despedida. Por tanto, incidir sobre cualquiera de dichas características o fases de la conversación puede dar lugar a aprendizajes significativos.  No es lo mismo hablar sobre un tema para una persona mayor que nosotros que a una con menos edad, ni conversar para conocer el punto de vista del otro que conversar para intentar convencer, ni entre un grupo con gran confianza que en otro con un integrante extraño,…

Hablar en público no es repetir memorísticamente un mensaje sino prepararlo para una audiencia, un tiempo y un espacio concreto. Cuando tenemos que hablar ante los demás, sea cual sea la duración de nuestra intervención, debemos ser conscientes de la necesidad de captar su atención y dotar a nuestra intervención de la claridad y atractivo suficiente para retener el interés de la audiencia. Además, la enseñanza explícita de las formas de hablar en público integra la interacción física (visual y sonora) con la audiencia. La forma de hablar es, frecuentemente, más importante que lo que se dice. Muchas veces alguien nos convence no por la fuerza de sus argumentos, sino porque percibimos que disfruta con las ideas que defiende. Los gestos, la mirada, las posturas, la variedad de tonos de voz y de ritmo de expresión son de tal influencia que la escuela debe favorecer un uso progresivamente consciente. Hablar sobre lo que se ha leído supone preparar de otra manera lo que previamente se ha comprendido, con una intención concreta.

Por otra parte, escribir bien es saber componer diferentes tipos de textos y documentos, con intenciones comunicativas diversas, con respeto de las normas formales y ortográficas. Enseñar a escribir bien es, sobre todo, una enseñanza procesual, que tiene el objetivo de que el alumnado sea consciente del propio proceso de composición escrita. La escritura es una actividad cognitiva y lingüística de tal complejidad que requiere un largo proceso de aprendizaje. El proceso de escritura se enseña como un contenido procedimental, que solemos denominar "composición escrita". Este proceso requiere de muchas repeticiones para lograr su interiorización, pero también de mucha disección de  todas las subtareas y subprocesos que conlleva.

Existe un consenso teórico básico que describe el proceso de composición de un texto como el desarrollo de tres subprocesos: planificar, redactar y revisar.

Aprender a escribir bien supone aprender cada uno de ellos. El primer paso para crear un texto escrito es pensar para quién va dirigido y cuál es su intención comunicativa, lo que es fundamental para que el alumno encuentre una motivación al inicio del proceso. En función del tema, destinatario e intención, la redacción del texto irá orientada de un modo u otro, respetando siempre una serie de parámetros que deben existir en cualquier composición escrita, como son la corrección, la adecuación, la coherencia y la cohesión. Una vez redactado el texto, el proceso de composición no se debe dar por finalizado, ya que es necesario revisarlo y realizar las modificaciones pertinentes para asegurarse de que realmente aquella producción escrita se ajusta al propósito comunicativo que se había planteado al inicio del proceso.

Es un error entender la escritura como un proceso lineal en el que un subproceso se sucede inmediatamente después del otro, sino que supone un proceso integrado en el que cada uno de los subprocesos se van repitiendo hasta que se satisface el objetivo planteado. De este modo al planificar ya estamos redactando, en el momento de la redacción también se revisa, en la revisión volvemos a redactar, etc

Es fundamental no solo que el profesorado conozca el proceso de la creación de un texto escrito,  sino que el profesorado pueda ejemplificar en ocasiones cómo es su propio proceso de escritura, de corrección, de relectura,…  Por otra parte, es de gran interés proponer actividades de composición escrita, en las que los alumnos escriban para responder a situaciones prácticas, respondiendo a una necesidad de comunicación, ya que así serán conscientes de que escribir es útil y necesario, y sentirán la necesidad de hacerlo, implicándose de pleno en el proceso.